Pareja probable

Parejas improbables

septiembre 14, 2022 8:20 am Publicado por

Septiembre es el mes en el que más separaciones y divorcios se producen. Parejas que durante el año se han ido más o menos esquivando gracias a las ocupaciones mutuas y a la adormidera de la rutina, durante el mes de agosto se ven obligadas a compartir las veinticuatro horas, las tres comidas, largas caminatas entre chicharras, maratonianas sesiones de playa, las compras interminables en el hipermercado y el puñado de tintos de verano con el que se hipnotizan antes del abordaje de la cama. Ahí se ve que se detestan, aunque no siempre lo expresen directamente. “¿Es que no puedes untarme la crema protectora sin mezclarla con granitos de arena?” “¿No sabes pasear sin hablar por una vez? Con esa cháchara no hay quien escuche el mugido de las vacas y el canto de las abubillas”. “¡Qué arte tienes para escoger siempre la cola más lenta! Ya llevamos atascados cuarenta minutos”. “¡Y tú para elegir el único carrito entre mil con las ruedas torcidas!” “Dile a tus hijos que las tenazas de la barbacoa no sirven para pellizcar el culo de las niñas”. Y así hasta el infinito.

Matrimonios que sólo siguen de la mano porque lo dice un papel, por obligación, por miedo, por la familia o por inercia, pero que se aburren juntos, que hasta se odian, que se desean una muerte súbita que les libere para siempre del cónyuge. Matrimonios cuyos componentes son estibadores, cargadores de muelle, grúas: cada uno llevando a cuestas el plomo de la existencia del otro, cada cual alimentando hernias en el cuerpo y en el alma provocadas por ese peso insostenible. Cuando parejas así se van de vacaciones lo que consiguen es cualquier cosa menos un descanso. Porque no hay nada más mortalmente agotador que sobrellevar durante un mes completo, y por muchos ciegos que uno se pille, el ataúd de una relación muerta. Durante el resto del año el alejamiento físico y mental que produce el trabajo relaja la tensión, pero en agosto no hay excusas: el pegajoso ciempiés del tedio empieza a recorrerles el cuerpo y ya no hay quien les quite de la cara el rictus de asco, de aburrimiento y de necesidad de estar solos.

Las parejas acabadas, las parejas improbables que nacieron siendo desde el primer segundo una equivocación, son bombas de relojería, un atentado de lesa inhumanidad, un error que produce más víctimas que las guerras. Habría que hacer algo. Por ejemplo, educar en valores emocionales, que son los únicos que saben los mecanismos de la felicidad y cómo expandirla por el mundo. Pero hacemos justo lo contrario: proponer obsesiva y desasosegadoramente modelos de conducta emocional y, más en concreto, amorosa (en las películas, en las revistas del corazón, en muchas novelas, en los programas de la tele) que son granjas de insatisfechos, infelices, rencorosos y violentos. Vivir en pareja no es una obligación, pero si uno lo hace lo que sí es una obligación es elegir eso para mejorarse y para mejorar al otro, para cuidarse y cuidar, para construir y no para destruir. La sociedad no puede alzarse sobre las ruinas de los tristes y los rotos. Y mucho menos alimentar sus motores con la energía negra de esa fricción, de esos encontronazos cotidianos entre personas que se encarcelan y se vigilan mutuamente.

Jesús Aguado, poeta, antólogo, traductor y conocedor de las instrucciones para que el alma no se evapore en la pareja

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Esta entrada fue escrita porCentro María Zambrano

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