María José Reyes

Poemas seleccionada por María José Reyes

diciembre 25, 2021 9:11 am Publicado por

María José Reyes, una gran amiga y persona, eligió un puñado de textos que fueron leídos en su funeral. Sus palabras nos acompañan.

María José decía que a veces leía cosas que parecían escritas para ella.

No quise huir:

y elegí mirar de frente,

levantar la cabeza,

y enfrentarme a los miedos y fantasmas

porque no por darme la vuelta volarían.

 

No pude olvidar mis fallos:

pero elegí perdonarme, quererme,

llevar con dignidad mis miserias

y descubrir mis dones;

y no vivir lamentándome

por aquello que no pude cambiar,

que me entristece, que me duele,

por el daño que hice y el que me hicieron.

Elegí aceptar el pasado.

 

No quise vivir solo:

y elegí la alegría de descubrir a otro,

de dar, de compartir,

y no el resentimiento sucio que encadena.

Elegí el amor.

 

Y hubo mil cosas que no elegí,

que me llegaron de pronto

y me transformaron la vida.

Cosas buenas y malas que no buscaba,

caminos por los que me perdí,

personas que vinieron y se fueron,

una vida que no esperaba.

Y elegí, al menos, cómo vivirla.

 

Elegí los sueños para decorarla,

la esperanza para sostenerla,

la valentía para afrontarla.

 

No quise vivir muriendo:

y elegí la vida.

Así podré sonreír cuando llegue la muerte,

aunque no la elija…

…porque moriré viviendo.

                                   Elena Pérez Hoyos

Lo que quiero Ahora

 

Será porque tres de mis más queridos amigos se han enfrentado inesperadamente estas Navidades a enfermedades gravísimas. O porque, por suerte para mí, mi compañero es un hombre que no posee nada material pero tiene el corazón y la cabeza más sanos que he conocido y cada día aprendo de él algo valioso. O tal vez porque, a estas alturas de mi existencia, he vivido ya las suficientes horas buenas y horas malas como para empezar a colocar las cosas en su sitio. Será, quizá, porque algún bendito ángel de la sabiduría ha pasado por aquí cerca y ha dejado llegar una bocanada de su aliento hasta mí. El caso es que tengo la sensación –al menos la sensación– de que empiezo a entender un poco de qué va esto llamado vida.

Casi nada de lo que creemos que es importante me lo parece. Ni el éxito, ni el poder, ni el dinero, más allá de lo imprescindible para vivir con dignidad. Paso de las coronas de laureles y de los halagos sucios. Igual que paso del fango de la envidia, de la maledicencia y el juicio ajeno. Aparto a los quejumbrosos y malhumorados, a los egoístas y ambiciosos que aspiran a reposar en tumbas llenas de honores y cuentas bancarias, sobre las que nadie derramará una sola lágrima en la que quepa una partícula minúscula de pena verdadera. Detesto los coches de lujo que ensucian el mundo, los abrigos de pieles arrancadas de un cuerpo tibio y palpitante, las joyas fabricadas sobre las penalidades de hombres esclavos que padecen en las minas de esmeraldas y de oro a cambio de un pedazo de pan.

Rechazo el cinismo de una sociedad que sólo piensa en su propio bienestar y se desentiende del malestar de los otros, a base del cual construye su derroche. Y a los malditos indiferentes que nunca se meten en líos. Señalo con el dedo a los hipócritas que depositan una moneda en las huchas de las misiones pero no comparten la mesa con un inmigrante. A los que te aplauden cuando eres reina y te abandonan cuando te salen pústulas. A los que creen que sólo es importante tener y exhibir en lugar de sentir, pensar y ser.

Y ahora, ahora, en este momento de mi vida, no quiero casi nada. Tan sólo la ternura de mi amor y la gloriosa compañía de mis amigos. Unas cuantas carcajadas y unas palabras de cariño antes de irme a la cama. El recuerdo dulce de mis muertos. Un par de árboles al otro lado de los cristales y un pedazo de cielo al que se asomen la luz y la noche. El mejor verso del mundo y la más hermosa de las músicas. Por lo demás, podría comer patatas cocidas y dormir en el suelo mientras mi conciencia esté tranquila.

También quiero, eso sí, mantener la libertad y el espíritu crítico por los que pago con gusto todo el precio que haya que pagar. Quiero toda la serenidad para sobrellevar el dolor y toda la alegría para disfrutar de lo bueno. Un instante de belleza a diario. Echar desesperadamente de menos a los que tengan que irse porque tuve la suerte de haberlos tenido a mi lado. No estar jamás de vuelta de nada. Seguir llorando cada vez que algo lo merezca, pero no quejarme de ninguna tontería. No convertirme nunca, nunca, en una mujer amargada, pase lo que pase. Y que el día en que me toque esfumarme, un puñadito de personas piensen que valió la pena que yo anduviera un rato por aquí. Sólo quiero eso. Casi nada. O todo.

Angeles Caso

 

Hay personas que son como una habitación segura. Un refugio.

Un lugar al que sabes que puedes acudir. Y mantenerte en silencio. Y llorar. Y decir lo que quieras.

Hay personas que están cuando nadie más está.
Cuando empobreces.
Cuando no te va del todo bien.

Cuando enfermas.
Cuando no tienes éxito.
Cuando has perdido más cosas que ganado.

Hay personas que son como una habitación segura.
Un refugio.
Un lugar al que sabes que puedes acudir.

Y mantenerte en silencio.
Y llorar.
Y decir lo que quieras.
Porque sabes que nunca te van a juzgar.

Hay personas que no te valoran por lo que tienes.
Que no quieren presumir de ti.
Que lo único que les interesa es cómo las tratas.
Cómo las haces sentir.

Hay personas faro.
Personas que debieron compartir estrella contigo allá arriba antes de que todo empezara.
En las que siempre piensas hasta que todo acaba.

Hay personas que te quieren a ti.
A lo que eres.
Aunque ese lo que eres no les venga bien.

Aunque ese lo que eres no lo serían nunca ellas.
Esas personas que te respetan a pesar de ellas mismas.
Ésas.

                                                           Roy Galán

Ya ves qué tontería,

me gusta escribir tu nombre,

llenar papeles con tu nombre,

llenar el aire con tu nombre;

decir a los niños tu nombre,

escribir a mi padre muerto

y decirles que te llamas así.

Me creo que siempre que lo digo me oyes.

Me creo que da buena suerte:

Voy por las calles tan contenta

y no llevo encima nada más que tu nombre

                                                                       Gloria Fuertes

La arboleda perdida

“Muchos años después, cuando mi abuelo ya se había ido de este mundo
y yo era un hombre hecho, llegué a comprender que mi abuela, también ella,
creía en los sueños. Otra cosa no podía significar el que, estando sentada
una noche, ante la puerta de su pobre casa, donde entonces vivía sola,
mirando las estrellas mayores y menores de encima de su cabeza, hubíese
dicho estas palabras: “el mundo es tan bonito y yo tengo tanta pena de morir”.
No dijo miedo de morir, dijo pena de morir, como si la vida de pesadilla y
continuo trabajo que había sido la suya, en aquel momento casi final,
estuviese recibiendo la gracia de una suprema y última despedida, el consuelo
de la belleza revelada.
Estaba sentada a la puerta de una casa, como no creo que haya habido alguna
otra en el mundo, porque en ella vivió gente capaz de dormir con cerdos como
si fuesen sus propios hijos, gente que tenía pena de irse de la vida sólo porque
el mundo era bonito, gente, y ese fue mi abuelo Jerónimo, pastor y contador
de historias que, al presentir que la muerte venía a buscarlo, se despidió de los
árboles de su huerto uno por uno, abranzándolos y llorando
porque sabía que no los volvería a ver”

José Saramago

Todo se termina.

Se termina el bote de mermelada y el día.

Se termina tu madre o tu abuelo.

Se termina un ciclo, un trabajo, la libreta querida.

Todo se termina.

Se termina tu película favorita, el lápiz y la relación.

Se termina el camino y el hielo y la sangre en las venas.

Se termina la oscuridad.

Se terminan las flores.

Todo se termina y todo lo que no hayas hecho se terminará sin haber nacido.

Será una idea, un sueño, un anhelo.

Todo lo que pospongas, tal vez, nunca llegue.

Todo lo que pienses que puedas hacer después.

Quizás No puedas.

Porque todo se termina y solo quedará tu huella en los demás.

Cómo les trataste.

Cómo acompañaste o cuidaste.

Tu honestidad y sinceridad.

Todo se termina y no vas a tener otra oportunidad.

Y el único miedo que has de tener

Es a que todo se termine

Sin haber vivido

De verdad

                                               ROY GALÁN

El río y el mar

Dicen que antes de entrar en el mar, el río tiembla de miedo. Mira para atrás todo el camino recorrido, las cumbres, las montañas, el largo y sinuoso camino abierto a través de selvas y poblados, y frente de sí un océano tan grande, que entrar en él solo puede significar desaparecer para siempre. Pero no hay otra manera, el río no puede volver. Nadie puede volver. Volver atrás es imposible en la existencia. El río necesita aceptar su naturaleza y entrar en el océano. Solamente entrando en el océano se diluirá el miedo, porque solo entonces sabrá el río que no se trata de desaparecer en el océano, sino de convertirse en océano.

Khalil Gibran

 

 

 

Categorizado en:

Esta entrada fue escrita porCentro María Zambrano

Los comentarios están cerrados.